Esta edición de la Carishina se enfoca en celebrar el poder creativo de las mujeres, y es una oportunidad perfecta para explorar cómo ese poder se ha visto marginalizado o cuestionado a lo largo de la historia, y qué podemos hacer para amplificar la voz y el impacto del arte creado por mujeres. En 1991, el arquitecto Robert Venturi obtuvo el Premio Pritzker, el más prestigioso del mundo en este campo. Doce años después, en 2013, dos estudiantes de arquitectura de la Universidad de Harvard armaron una petición para que se incluya en el premio de forma retroactiva a la socia, dupla creativa y mano derecha de Venturi, Denisse Scott Brown, por su enorme contribución al trabajo del ganador del Pritzker. Scott Brown y Venturini estaban casados, y ambos fundaron el estudio Venturi, Scott Brown and Associates, pero el comité del “óscar de la arquitectura“ ignoró por completo las contribuciones que su esposa hizo a su cuerpo de trabajo. A sus 83 años, en una ceremonia de premiación para otro galardón, Scott Brown dijo que no solo le debían un Pritzker, si no además una ceremonia de premiación en la que se reconozca sin lugar a dudas su aporte. La petición obtuvo más de 20 000 firmas y en poco tiempo Scott Brown fue galardonada con varios premios y reconocimientos, pero la fundación Pritzker se negó a rectificar su veredicto para incluirla. Este premio se otorga desde 1973 y solamente dos mujeres lo han obtenido: Zaha Hadid (en 2004) y Kazuyo Sejima (2010). A pesar de que cada año más mujeres que hombres obtienen sus títulos de arquitectas en las universidades, muy pocas ocupan lugares de poder y liderazgo en esta profesión y además reciben menor compensación que sus colegas masculinos. Denise Scott Brown. Foto vía The Architectural Review Este episodio sirve como ejemplo para explicar lo que ocurre en todos los otros campos del diseño, tanto en sus ramas más tradicionales (diseño gráfico, de modas, de interiores, industrial, et al), como sus nuevas manifestaciones (diseño de productos digitales -UX, UI-, diseño web, entre otros). A pesar de que el diseño de modas se considera un campo “femenino“, la mayoría de diseñadores más reconocidos e influyentes (particularmente de womenswear) son hombres, y casi siempre son premiados por encima de sus pares mujeres. A las diseñadoras de moda les cuesta mucho más encontrar inversores y abrirse un espacio en la industria y las casas de moda de renombre mundial (Louis Vuitton. Balenciaga, Chanel, Valentino, Gucci, Yves Saint Laurent por mencionar a las más relevantes) son todas lideradas por hombres. Cuando Maria Grazia Chiuri fue nombrada directora creativa de la marca Christian Dior, se convirtió en la primera mujer en liderar esa casa en 69 años de existencia. Los hombres también detentan los roles ejecutivos y financieros en todas estas empresas de manera desproporcionada. María Grazia Chiuri. Foto vía Harpers Bazaar. Como en tantas otras disciplinas artísticas y creativas, desde la gastronomía hasta el cine, las mujeres diseñadoras también han sufrido discriminación, marginalización e invisibilización. Cuando la icónica escuela de arte y diseño Bauhaus abrió sus puertas en Alemania, en 1919, más mujeres aplicaron para estudiar allí que hombres. Era un gesto revolucionario en ese momento, ya que hasta entonces las mujeres no podían inscribirse en escuelas y eran educadas en sus hogares, con profesores particulares. En el libro Bauhaus Women: Art, Handicraft, Design Ulrike Muller nos muestra el día a día de estas estudiantes. Allí vemos a mujeres jóvenes, brillantes, independientes, vestidas como ropa hecha a mano, con peinados raros y únicos. Felices. Haciendo cerámica, tocando el saxofón o tomando fotos con sus cámaras Leica. Pero quienes realmente trascendieron este movimiento del arte fueron sus compañeros hombres. Hoy todos conocemos nombres como Paul Klee, Wasily Kandinsky y Marcel Breuer. Y olvidamos por completo a la ceramista Marguerite Friedlaender-Wildenhain, a las tejedoras Gunta Stölzl y Benita Otte; o a Alma Siedhoff-Buscher una creativa inventora de juguetes. Figuras como la fotógrafa Grete Stern, quien también fue parte de la Bauhaus, fueron opacadas por sus parejas (otros artistas) y recién están ganando prominencia en años recientes. Set de piezas diseñadas por Alma Siedhoff-Buscher. Foto vía Bauhaus 100 El arte hecho por mujeres es muchas veces menospreciado y considerado como algo de menor valor o relevancia, sobre todo cuando se trata de espacios en los que se desempeñan más mujeres que hombres. Un ejemplo claro son las artesanías y los tejidos. Tejer es un oficio mayoritariamente femenino, que se aprende de generación en generación y que, por muchos años, fue relegado a lo doméstico y menospreciado en el mundo artístico. En el siglo 20, un grupo de artistas mujeres se encargaron de reimaginar y poner en valor el trabajo manual de las mujeres, en particular el tejido. Un gran ejemplo es la obra Dinner Party, de Judy Chicago, una de las mayores representantes del Feminist Art Movement de la década de los setenta. La obra está compuesta por piezas en cerámicas y textiles bordados con nombres de mujeres relevantes de la historia, enfocándose en técnicas que por años fueron menospreciadas por considerarse “demasiado femeninas“ y carentes de importancia frente a la pintura o la escultura. The Dinner Party, de Judy Chicago. Foto vía Artsy.
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AuthorVanessa Terán Iturralde ArchivesCategories |